Roma. La mayoría de los 117 cardenales electores que viven fuera de la Ciudad Eterna reservó ya vuelos y organiza los cambios necesarios en las respectivas agendas para estar en Roma a principios de marzo. Periodistas de todo el mundo preparan las valijas para aterrizar en la capital italiana, y las grandes cadenas de televisión ofrecen sumas astronómicas por transmitir el momento de la fumata blanca desde algunas de las terrazas que rodean la Plaza de San Pedro.
Estamos ante un nuevo cónclave, una maquinaria electoral extraña y secreta que se remonta al siglo XIII y que, con algunos mínimos retoques, se mantiene viva hoy.
Pero esta vez, la elección del pontífice número 266 de la Iglesia Católica tendrá un testigo especial: el pontífice número 265. Benedicto XVI, que pasa a ser obispo emérito de Roma, no participará en las congregaciones generales, reuniones a puerta cerrada de todos los cardenales, tanto de los electores como de los que superaron los 80 años, que se celebran en vísperas de los cónclaves.
Aunque son encuentros sin una duración fija, el proceso de elección del nuevo Papa tendrá que iniciarse en el plazo máximo de 20 días, a partir del 28 de febrero a las ocho de la tarde, cuando Benedicto XVI deje de ser el líder espiritual de los católicos.
La urgencia manda. Todas las fuentes coinciden en señalar que la elección del sucesor del Papa alemán será rápida. Es urgente que haya un nuevo líder de los católicos a tiempo de presidir los actos litúrgicos de la Semana Santa, que comienza el 25 de marzo.
El portavoz vaticano, Federico Lombardi, indicó ayer que el cónclave para elegir al nuevo Papa comenzará entre el 15 y 20 de marzo.
Con la Sede Vacante tras la renuncia efectiva del pontífice, dejarán sus puestos la mayoría de los ministros vaticanos. Los asuntos de gobierno interno de la Santa Sede quedarán en manos del cardenal camarlengo, un cargo que desde 2007 ocupa un personaje conocido y polémico, Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano durante casi todo el papado de Benedicto.
Otro de los papeles clave en esta etapa de vacío de poder lo protagoniza un viejo conocido de la Iglesia y de los medios de comunicación: el cardenal Angelo Sodano, actual decano del colegio cardenalicio.
Diferencias. De no ser por lo excepcional de la dimisión de Ratzinger, el cónclave se ajustaría al ritual preciso que se recoge en la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada en 1996 por Juan Pablo II.
Faltará, por supuesto, toda la fase previa, es decir, las exequias al Papa difunto, porque aquí nadie murió.
En Roma, nadie ha olvidado la magnificencia del funeral de Juan Pablo II, en abril de 2005, transmitido en directo a todo el mundo. Ni los cuatro días de desfiles multitudinarios de fieles para ver el cadáver del pontífice expuesto en la basílica de San Pedro. Ni los solemnes Novemdiales (nueve días de luto, con sus correspondientes misas), ni el entierro del Papa polaco en la cripta vaticana.
Nada de eso se repetirá en marzo. Aunque se darán situaciones curiosas. Ratzinger, que a los 85 años no puede entrar en el cónclave, tendrá la oportunidad, si lo desea, de ver la retransmisión televisada de la misa solemne con la que da comienzo el ritual de la elección, y de la procesión de cardenales, entre la Capilla Paulina y la Capilla Sixtina, donde quedarán encerrados hasta que hayan elegido a su sucesor.
Una situación anómala que, como bien han señalado los medios italianos, recuerda bastante a la película Habemus Papam , de Nanni Moretti, en la que un aterrado Pontífice recién elegido abandona el Vaticano y desaparece por las calles de Roma, incapaz de hacer frente al reto de llevar el timón de la Iglesia.
Para cuando el encargado de las ceremonias pontificias, Guido Marini, pronuncie el tradicional extra omnes (todos afuera) y el cónclave comience, quizá Ratzinger esté también perdido por las calles de Roma, ajeno a las preocupaciones de los electores.
O quizá esté ya instalado en la residencia papal de Castel Gandolfo, donde piensa pasar unos días antes de instalarse en un convento que se alza dentro de los muros del Vaticano.
Entre fumatas y votaciones
Humo negro. Lo habitual es que el primer día de deliberaciones, en la Capilla Sixtina se realice una sola votación. En caso de no haber acuerdo, se quemarán los votos junto con algunas sustancias químicas que oscurecen la fumata negra. Después habrá cuatro votaciones diarias con dos fumatas a lo largo del día entre rezos, lecturas piadosas y toda clase de negociaciones secretas.
Dos tercios más uno. La normativa exige para ser elegido papa una mayoría de dos tercios más uno de los votos de los electores. Es decir, 81 votos. Hasta 2007, si ningún candidato alcanzaba ese consenso después de 34 votaciones se rebajaba la exigencia y bastaba con obtener la mitad más uno de los votos. Pero Benedicto XVI cambió las reglas e impuso los dos tercios para todas las votaciones.
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