CARLOS MONZÓN y ALICIA MUÑIZ |
Esta no es una nota sobre el Monzón héroe. El Monzón del podio. El Monzón que deslumbró y recibió aplausos, y premios, y dinero, y reconocimiento mundial, y amistades gracias al ejercicio de ese tipo de violencia admitida y hasta venerada socialmente, esa que tiene nombre de deporte y reglas de combate.
No es una nota dedicada a aquellos que lo idolatran y lo perdonan, como lo demuestra el monumento de Monzón en la ciudad de Santa Fe, en su provincia de origen. Monumento que fue y es cuestionado por organizaciones que defienden el derecho humano de toda mujer a no sufrir violencia en su cuerpo, y sobre todo el de no morir por ello.
La violencia en el ring lo llevó a la más alta fama mundial. Fue su mayor virtud en este mundo que glorifica a quienes dejan inconscientes a sus contrincantes, siempre que sea en un cuadrilátero y exista un árbitro y jueces que den un aura de legitimidad a los puñetazos. La violencia lo sacó de la pobreza más pobre, lo hizo sobresalir entre sus 12 hermanos, lo acercó a las mujeres más bellas, a los mundos más maravillosos y llenos de colores. La violencia le dio todo y, luego, le sacó todo. Fue su arma de salvación, y también su peor defecto.
Esta es una nota sobre los 25 años, que se cum plen el 14 de febrero, del hecho más violento que protagonizó el hombre leyenda: el asesinato de su exesposa Alicia Muñiz. No necesitó más que sus propias manos como instrumento letal, esas mismas que le proporcionaron y le quitaron todo.
Se cumplen las bodas de plata desde que la sociedad y los medios argentinos descubrieran, a partir del homicidio que protagonizó el popular y querido Carlos Monzón, que existía una violencia específica, la violencia ejercida contra las mujeres.
A partir de ese 14 de febrero de 1988, finalmente “lo privado se hizo público”, es decir, se cumplió lo que repetían las feministas de la primera ola para resaltar la necesidad de intervención estatal en cuestiones consideradas domésticas, como la violencia de género.
La foto del cuerpo semidesnudo de una Alicia Muñiz sin vida, con apenas una bombacha que tapaba lo que le quedaba de su dignidad tirada y herida cer ca de la pileta de una casona de Mar del Plata, se reprodujo hasta el infinito. “La muerte de la mujer de Monzón” fue el título de la revista Gente , con esa imagen que cubría toda la portada.
Cómo olvidarla. Monzón no tuvo sólo un ataque de furia, un arrebato. Era, como suele suceder con los hombres que ejercen violencia hacia las mujeres, un “pegador serial”. Él mismo lo admitió. Hasta la diva de las divas, Susana Giménez, lo reconoció.
“No le pudo haber afectado porque yo en otras ocasiones les había pegado a otras mujeres y a ninguna le había pasado nada. Les pegué a todas mis mujeres, menos a una, y a ninguna le pasó nada”, explicó el ex campeón mundial en la indagatoria realizada por el juez Jorge García Collins, según publicó este diario el 17 de febrero de 1988. Hasta que pasó lo que pasó.
Es más, lo que desató la discusión que terminó en el femicidio más famoso –aunque entonces la palabra “femicidio” no sonara en los medios– demuestra la naturalización del machismo en las relaciones de pareja. “Nos pusimos a discutir porque yo le dije que era una imbécil, porque si estábamos juntos no iba a tener ninguna necesidad de andar trabajando por 100 australes, y si no me hubiera hecho juicio (de alimentos), no le estaría faltando nada”, dijo el boxeador al explicar el inicio de la pelea.
Hace unos días, se conoció una grabación inédita de Monzón, en la que, una vez más, admite haber golpeado a Alicia Muñiz pero niega haberla arrojado del balcón.
Pero no fue lo suficientemente convincente. En esa época, la inflación producía estragos, y Alfonsín hacía malabares para mantenerse en el poder. De hecho, terminó renunciando el 8 de julio, cinco días después del veredicto de la Cámara que declaró culpable a Monzón de homicidio simple y lo sentenció a 11 años de prisión.
En 1988, y hasta hace apenas unos años, el término “crimen pasional”, como una forma de invisibilizar una problemática extendida y discriminatoria, definía lo que hoy se conoce como femicidio. Hasta las palabras cambiaron. Y también las leyes.
En el ordenamiento jurídico no existía la violencia familiar o de género como una temática específica. Cuatro meses después, Argentina convirtió en ley la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer. El tratado luego logró jerarquía constitucional, al igual que el resto de los otros tratados de derechos humanos, con la reforma de nuestra Carta Magna en 1994.
Y recién en 1995, se publicó en el Boletín Oficial la ley 24.417, de Protección contra la Violencia Familiar. Catorce años más tarde, el Congreso de la Nación sancionó la Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres.
Es más, si Monzón hubiese cometido el crimen hoy, habría recibido la sanción más severa de nuestro catálogo de penas: prisión perpetua. Así lo dispone la reciente ley, aprobada el año pasado, que agravó este tipo de delitos.
Más allá de los avances lingüísticos y legales, que dan cuenta de un cambio social de base, la violencia y los crímenes en el contexto de la pareja, de hombres hacia mujeres, ocurren con frecuencia. Hoy, a diferencia de hace 25 años, existen datos para constatarlo. En Córdoba, según cifras del Poder Judicial, en 2011 se hicieron 26.456 denuncias por violencia familiar. Entre 2006 y 2011, se registró un incremento de presentaciones del 74 por ciento.
Además, en sólo cuatro años y medio (desde enero de 2008 hasta junio de 2012) en Argentina hubo 1.100 Alicias, según el recuento de femicidios que hace la organización Casa del Encuentro, ya que aún no hay ningún organismo oficial que lleve un registro integral. Es decir, un promedio de 255 mujeres por año, o 21 por mes, o una por cada día hábil del año. Si Alicia Muñiz estuviera en algún lugar en el más allá, no estaría sola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario