En este mes de diciembre del año 2012, a sólo pocos días en el que se ha anunciado por la desaparecida (asesinada) civilización Maya el fin de todos los tiempo, he decidido escribirte estas letras, aunque te pueda parecer extraño una carta de alguien de mi edad, no para molestarte con peticiones prosaicas de juguetes inservibles u objetos que se aplazan su compra por demasiado costosos y que, recurriendo a los chantajes afectivos o presiones comerciales propia de estas épocas de navidad, intentan adquirir. Para nada de eso te escribo y te pido, por favor, continúes la lectura por cuanto que no quiero competir con los millones de niños y niñas que te atiborran de peticiones y sueñan con tener el último “WiiU”.
Debo confesar que no te había escrito porque, la verdad sea dicha, siempre dude de la existencia de un señor gordo, vestido con ropa inapropiada para los calores de mi tierra, de color rojo y el grosor para mitigar los fríos del invierno polar, recorriendo los cielos de la “noche buena” cargado de regalos en un trineo tirado por una recua de renos voladores sin alas. Esa imagen, hasta hoy, me pareció imposible de existir, más allá de los dibujos de tarjetas y papeles con los que se envuelven los regalos que se entregan en público en medio de festejos en el ambiente enrarecido del olor a tufo de bebidas alcohólicas y comidas rellenas de condimentos, pavos y lechonas, a solo escasos segundos de principiar el proceso de putrefacción. Siempre pensé, más cuando encontré las ideas de redención social, que eras unpersonaje extraído de la imaginería del país del norte, como lo han hecho en otros asuntos más terrenales, llegando a nuestras casas para expulsar la tradición del pesebre y la creencia de los “regalos del Niño Dios”. Hasta hace poco, imaginé que tu “jojojo”, no otra cosa, era la burla por haber arrasado con los pesebres de montañas de “papel de bolsa” y lagos de espejos lleno de patos de plásticos estático, reemplazados por árboles de especies invasoras, arrinconados en donde, antes de que llegaras a nuestras vidas, nacía un “Niño Dios” de porcelana, en medio del humo de los sahumerios de mirra e incienso.
Pero además de la escéptica incredulidad en la que crecí, en medio de lecturas científicas de teorías sobre el origen del mundo de las esquirlas de la explosión universal y de seres que cocinaron la vida en la sopa primigenia, debo decirte que no te había escrito, además, porque me parecía innecesario molestarte pidiendo las cosas que, horas antes de la media noche del 24 de diciembre, habíamos vendido en la feria de juguetes y de cuyas ventas derivábamos algunos pesos para completar el exiguo patrimonio doméstico, de una familia con muchas bocas para alimentar. Una temprana cercanía a las teorías terrenales sobre la vida, adicional a una infancia y juventud de escasez, en buena parte, me alejaron de la fantasía del abuelo bonachón que se escurría por la chimenea imaginaria de nuestra casa, dejando regalos que nadie había pedido, ignorando las cartas colocadas en el inerte “Árbol de Navidad”.
Pero estamos en la etapa de la vida en la que deponemos discusiones estériles y vivimos intensos los asuntos vitales. La perorata de si eres un ser real o un simple monigote comercial que, sin remedio, se instaló en nuestra sociedad, perdió sentido. Para muchos, como suele suceder, la navidad les será igual a cualquiera de sus desdichados días. Pero déjame decirte que lo único que pido, para todos, es que por fin encontremos la paz. Aunque suene a petición de reinado de belleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario